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Sí, toca volver...

Reflexiones de mis últimos días en Madrid como residente

08 de marzo 2025

Mirando por la ventana, de uno de mis peores enemigos creados en estos años en Madrid -el tren de cercanías- siento cierto placer de ver colores verdes en unas tierras de campo que han sido siempre secas y resecas. Es más, ningún madrileño se imaginaría que aterrizar ahora en su ciudad dé la misma sensación de verdes que cuando llegas a Londres. El pequeño trayecto de Chamartín a otro de mis peores enemigos de España -la burocracia de certificación de títulos- nunca me había generado tanta sensación de final de película y, simplemente, parece de lo más adecuado.


Después de cuatro días de sol y un presagio de verano, las lluvias han vuelto, y obtienen así la escena más cliché de las películas Hollywoodenses y los vídeos de música triste de los 2000. El cierre de una época que generará un cambio a la protagonista de 180°. Llevándola, eventualmente, a esos sueños que su carácter más puro de niña deseaba cumplir. El arte, como siempre, nunca se aleja de la realidad. No es que la imite, ni que la realidad le siga el juego al arte. Es, simplemente que, como creación humana, lleva la esencia de nuestra especie en ella.

La realidad es que, esta burocracia no es que sea mi peor enemiga, pero definitivamente aplasta a quien ha vivido toda su vida entre países extranjeros. Sólo se salvan aquellos que, al tener una muy larga historia de emigración, logran establecer un camino claro, conciso y hasta corto, para todo lo que signifique irte "con todo en orden" de un país. Después están los que se creen por encima del bien y del mal, por tanto consideran que nadie querría hacer esos procedimientos con sus sagradas instituciones y los que, simplemente, tienen una política contra el extranjero estricta. Y, por mucho que yo y otros nos quejemos, la culpa en sí no la tienen quien trabaja en ello o los verdaderos tranquilos tiempos de los funcionarios en un mundo contemporáneo que exige a todas las personas ser maquinas de efectividad. -Personas que ahora pretendemos sustituirlos por tecnologías, gigante problema, si me preguntan a mí. Si seguimos el planteamiento de David Graeber, Apprich Chun y a Cramer Steyerl, las máquinas únicamente intensificarían la violencia inherente en la existencia de la burocracia-. Aún así, es parte de entender la vida como quien vive en el extranjero y, siendo sincera, yo esperaba no tener que envolverme nuevamente con trámites que te hacen corretear de una oficina a otra.

Recién llegada a España, para establecer nuestra residencia en Madrid después de una vida en tierras americanas, ese era mi sueño. Muy lejos estaba de la realidad. Eventualmente, tuve que hacer colas, filas y muchas respiraciones para mantener la calma frente a una burocracia europea. La cual, desvaloriza descaradamente la calidad académica latinoamericana -cuando se ha demostrado que la evaluación constante y el estudio participativo prepara muchísimo mejor a los futuros profesionales de un país-. Como se ha demostrado lo contrario, esa mirada desmerecedora a nuestras instituciones educativas sólo refleja esos ojos colonialistas, reductores e ignorantes de un sistema cultural naturalizado que desvaloriza a un ser humano dependiendo de su lugar de nacimiento. En todo caso, lo que demuestra mis sueños de no tener más burocracia es que no esperaba el cambio o, más bien, el volver.


Pero la vida te sorprende y lo más inesperado muchas veces llega cuando no estás viendo. Así que después de cinco años sin cruzar el charco, teniendo los cómodos vuelos de dos a tres horas de low-cost europeos, aquí me encuentro nuevamente. Con la predicción de diez horas en un grupo de asientos que cada vez se hacen más incómodos, butacas que ya ni te reciben con alguna manta y almohada promocional de la aerolínea con la que vuelas. Y es que, con el neoliberalismo extremo y la globalización moderna, viajar transatlántico -por mucho que el tiempo y los precios sean más o menos igual- es cada vez, más incómodo.

Igual toca viajar, igual tengo que ir. La realidad es que no he tenido opción. A pesar de la preparación, a pesar de ser nacional, a pesar de meses y meses intentando una independencia económica, encontrar trabajo no es fácil y menos en mi área. Una pena, porque "mi área" podría ser para mí, cualquier posición de trabajo. Porque historia del arte es una carrera muy completa. Desde la filosofía, la historia, la política, la sociología, la antropología, la arquitectura, el diseño, la pintura, escultura y hasta algo de economía. Así que, como historiadores, podríamos emplearnos desde el marketing hasta instituciones internacionales como UNESCO. En todo caso, como la mayoría de gente no conoce lo que realmente es historia del arte -y vivimos en una sociedad que encasilla y divide las capacidades y conocimientos humanos en ámbitos diferentes con la esperanza de generar una fuerza laboral especializada acercándola lo más posible a la ejecución de las máquinas- las carreras interdisciplinarias, que potencian las relaciones interpersonales, se reducen a trabajos "de pasión", "de segunda" para el mundo de hoy. Volviéndose prácticamente imposible la estabilidad económica de un sueldo únicamente relacionado a la carrera.

Así, año tras año, gente como yo, quien decidió que la universidad no era un espacio para potenciarte económicamente sino intelectualmente, vemos desde la retaguardia -sin poder hacer nada- cómo los apoyos económicos se recortan, más personas rompen sus alas porque la supervivencia mínima asusta a las nuevas generaciones y terminan por decidir profesiones que no les incomoden. Volviendo al mundo un lugar frío, inhumano, lejano y lleno de odios. Por eso, cada vez más, deja de sorprendernos la crecida de regímenes antidemocráticos que pensábamos desintegrados de las naciones que se dicen a sí mismos "potencias mundiales". Porque la reducción y alejamiento del conocimiento interdisciplinario e integrativo, es la reducción y alejamiento del ser humano del arte y, por tanto, de su espíritu.


Así que allá vamos, de regreso a un país que en siete años no he visitado. Que tiene escrito mis orígenes y del que me gusta pertenecer, aunque siempre lo vea desde una distancia. Un país que se me hace tan extrañamente mío, como aquel que dejo atrás. Y el que ejemplifica por qué siempre volver es un nuevo inicio.

Lov u all!

L

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